Durante el siglo XX, mucho teatro limeño (por no decir peruano, todo cambia según el lugar) no tuvo como estrategia primordial la producción dramatúrgica la entendemos hoy. Priorizando los grupos de teatro, la mayoría de obras puede ubicarse en dos categorías: la creación colectiva y el montaje de textos extranjeros. Hay autores fantástiques (Salazar Bondy, Sara Joffré, César de María,Gregor Díaz) pero relativamente pocos textos y dramaturgues profesionales. Esto cambió en 1996.

Quizás por una serie de estímulos económicos (como el Festival del ICPNA y el Teatro Nacional, gestionado en ese entonces por el INC, ahora Mincul) se estrenan las primeras obras de autores jóvenes y se empezará a priorizar textos de dramaturgues locales sobre textos de otros lares. Un denominador común aquí fueron los personajes homosexuales, su orientación y su situación en la sociedad, en piezas fundamentales como Un verso pasajero, La manzana prohibida, Asunto de tres, Generación Y, de Gonzalo Rodríguez Risco; Cuando el día viene mudo, Carpín dorado, de Diego La Hoz; Mal-criadas, de Gonzalo y Diego; Deseos ocultos, Sala de ensayo, Ópera, de Jaime Nieto; La tercera edad de la juventud, Sangre como flores, de Eduardo Adrianzén.

cuando el día viene mudo, de eduardo adrianzén

¿Por qué en la dictadura fujimorista, uno de los procesos más duros de nuestro país, tantes dramaturgues hablaron de esto? Pudo ser coincidencia, o, quizás, lanzada la primera piedra muches entraron a conversar. No es fácil hablar del fujimorismo, y en la locura noventera y de años posteriores, la alternativa fue producir espacios de encuentro sexualmente disidentes. Necesitábamos lugares seguros para hablar de temas que nos urgían. Había precedentes: Jaime Bayly publicó en 1994 No se lo digas a nadie (que filmó Lombardi en 1998). Hizo Edgard Guillén, Los muchachos de la banda, de Mart Crowley; Oswaldo Cattone, Algo en común, de Harvey Fierstein; el Teatro del Sol, El beso de la mujer araña, de Manuel Puig (texto que luego montó Teatro La Plaza). Plan 9 hizo El show de horror de Rocky, de Richard O ́Brian; Juan Carlos Fisher dirigió Corazón normal, de Larry Kramer y La cage aux folles, de Harvey Fierstein y Jerry Herman; Adrián Galarcep hizo Lo que sabemos, de Daniel MacIvor. Es difícil profundizar. Hay poquísimos archivos de teatro peruano y ni Google ayuda. Las referencias son de memorias propias y ajenas. 

En el teatro limeño la no heterosexualidad es un tema recurrente, casi obsesivo. No debería sorprendernos: el teatro ha sido un espacio seguro para nosotres, más en un país tan homofóbico. Montar obras extranjeras es fundamentalísimo, para reconocernos en otres y vernos en diversas perspectivas, pero también lo es crear de nosotres, pensarnos y recrearnos desde aquí. Urge contar nuestras historias. La mayoría de obras que menciono hablan de “salir del closet”: encontrar y aceptar nuestras diversidades, para pedir aceptación a le otre que no se identifica como diverse (que es “normal”). También de entender nuestras diferencias y negociar con una sociedad que nos niega y nos condena. Esto es necesario y no debemos dejar de verlo. Pero hay más por pensar.

No debería sorprendernos: el teatro ha sido un espacio seguro para nosotres, más en un país tan homofóbico.
 

Varias obras complejizan estas problemáticas. En Tinieblas, de Jaime Nieto, la pobreza marca orientaciones y decisiones; en Demonios en la piel, de Eduardo Adrianzén, la sexualidad dialoga con la vejez y el poder; en Las crías tienen hambre, de Alejandro Clavier, se lucha con los cuerpos, los vínculos familiares,la ansiedad. Pero la transformación central fue en 2014. No Tengo Miedo hace Desde afuera, dirección de Gabriel de la Cruz, Sebastián Rubio y Leonor Estrada. Cinco personas (un gay, una lesbiana, une pansexual, un trans masculino y una trans femenina) testimonian su experiencia disidente e ingresan a escena cuerpos que no habían tenido espacio o que entraron desde el discurso de otres. La obra pregunta cómo se vive esta diversidad por personas de espacios distintos y cómo esto marca todas nuestras experiencias. Irrumpieron voces nuevas y diversas reclamando ser escuchadas.

No Tengo Miedo siguió con Un monstruo bajo mi cama, en la que un grupo de hombres cuentan su salida del closet, cuestionando sus cuerpos, su femineidad, su gordura, o cómo ser afroperuano complejiza esta experiencia. La mirada se amplía y aborda más experiencias desde distintos lugares.

Siguieron testimoniales: Al otro lado del espejo, también de No Tengo Miedo, con voces de mujeres trans, o Cuando seamos libres, dirigida por Carolina Silva Santisteban, mujer lesbiana. En ficción, la estupenda El arcoíris en las manos, de Daniel Antonio Fernández, con dirección de Dusan Fung por Imaginario Colectivo, historia de una trabajadora sexual trans. Al ciclo de Microteatro también llegaron muchas propuestas. Dos de ellas: Asfixia, de Carolina y Jorge Black Tam, sobre el vínculo con une hermane trans; o Duelo de reinas, de Cristhian Palomino, una maravilla que desde lo drag debate migración, descolonización, identidad. Yo hice Una historia de (poli)amor y otras más.

La Pequeña Compañía Pujante de Tacna hace una estupenda versión del monólogo travesti La madre, de Sara Joffré. Juan Carlos Ferrando hace espectáculos extraordinarios en el bar La Jarrita como La perra de las galaxias y El vago de Oz. Pueden leerse como procesos de construcción de comunidad, desmontaje de significados establecidos, debates identitarios...

Soportan muchas palabras complicadas y rimbombantes, pero es mi huachafada. Lo importante es que son increíbles.

Quedan tantas que no vi o no conozco. Faltan archivos y urge salir de Barranco, Miraflores y San Isidro. Este teatro nos permite encontrarnos a nosotres, a nuestras comunidades, hablar de quiénes somos y asumir diversidades en medios hostiles. También, a escuchar y entender a le otre, cuyas experiencias no vivimos pero necesitamos para construir vínculos. Pero la lucha se amplía. Ayuda a abrazar lo diverso en todas sus dimensiones, a la heterogeneidad enormísima que desborda a las letras LGTBIQ. Preguntamos por la diversidad para vincular diferencias sin homogeneizarnos y establecer libertades y seguridades para todes. Necesitamos esas historias para entendernos mejor y abrazarnos más. En toditas nuestras individualidades, para que desde nuestra particularidad absoluta formemos comunidad, país, para vincularnos desde el amor y no solo desde el interés, para lograr protección que nos urge en un Perú y un mundo tan hostiles.

Es una revolución hermosa, que no mata a nadie, pero que nos urge.


Este texto fue originalmente publicado en la edición N°2 de la revista del Festival de teatro Sala de parto en el año 2018.


Sebastián Eddowes es escritor, director, profesor. Licenciado en Filosofía, formado en artes escénicas con grupos y maestros latinoamericanos, estudia la maestría en Hispanic Literary and Cultural Studies en la University of Illinois at Chicago. Ha escrito obras como Nunca estaremos en Broadway (con Rodrigo Yllaric), Fronteiras (con el Colectivo Ambar), Una historia de (poli)amor, Debut (con Carolina Black Tam), El monstruo de Armendáriz (con Malcolm Malca). Prepara el montaje de “El rancho de los niños perdidos”, ganadora de Sala de Parto, y Hasta que choque el hueso. Su trabajo se ha presentado en Brasil, Costa Rica, Ecuador y Perú.


Ilustración de portada: Alexandro Valcarcel